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Entrevista con la cineasta Laurie Coyle sobre José Clemente Orozco

Atrevido y complejo, José Clemente Orozco se convirtió en la conciencia de su generación gracias a su personalidad iconoclasta y al dinamismo de su pintura. Laurie Coyle y Rick Tejada-Flores han dirigido, escrito y producido Orozco: Hombre de fuego, una película sobre su vida y su arte. Aquí, Coyle responde algunas preguntas sobre la película y su fascinante protagonista: 

P: ¿Cuál cree que es el aporte cultural más significativo que ha hecho Orozco? 

R: En definitiva, su aporte cultural más significativo es el arte que creó. Orozco fue uno de los innovadores artísticos más importantes del siglo XX. Junto con sus colegas muralistas mexicanos, revivió la tradición del fresco. A diferencia de los frescos renacentistas italianos, que celebraban una visión unificada del mundo y del lugar que ocupaba la humanidad en él, los frescos de Orozco expresan una sensibilidad modernista que cuestiona y deconstruye. Forjó una síntesis original y extraordinaria en la pintura moderna: murales monumentales imbuidos de un espíritu crítico, una ironía salvaje, una belleza atroz. Superaba los límites constantemente en su elección de temas y nunca tuvo miedo de ofender. Su estilo expresionista demostraba una progresión formal y temática continua y atrevida. El legado perdurable de Orozco es una visión ambiciosa y humana del papel del arte en la sociedad. 

P: ¿Cómo hizo Orozco para superar tragedias como la pérdida de una mano y de varios cuadros? 

R: La palabra clave es ironía: mientras más traumática es la experiencia, mayor es el desapego emocional de Orozco. Describió la explosión que le costó la mano izquierda como “un accidente común de la infancia”. Calificó la Revolución mexicana como “el más alegre y divertido de los carnavales”, pero sus obras esconden sus verdaderos sentimientos sobre los horrores de la revolución. Bromeó sobre el incidente en la frontera entre Estados Unidos y México en el que se destruyó la mayoría de sus primeros cuadros, y escribió: “Se me dijo que la ley prohibía introducir en Estados Unidos estampas inmorales… o bien que ya había demasiada concupiscencia dentro para aumentarla con la de afuera”. En realidad, la experiencia le sacudió hasta la médula, tanto que no intentó pintar nada nuevo durante sus dos primeros años en Estados Unidos. 

Orozco tenía una gran tenacidad y una fe inquebrantable en su misión. Era un maestro de la pintura, realmente un genio y, sin embargo, enfrentó obstáculos enormes en su largo trayecto para convertirse en artista. Pintó su primer mural a los 40 años. No creo que muchos de nosotros podamos identificarnos con un artista manco pintando a cien pies del suelo, pero sí con la lucha tan humana de Orozco por convertirse en quien realmente necesitaba ser, algo que logró y con lo que todos podemos identificarnos y admirar. 

P: ¿Por qué la fama le llegó con más facilidad a Rivera que a Orozco? 

R: La rivalidad entre Rivera y Orozco era básicamente de personalidades. Rivera era alguien extrovertido, el máximo autopromotor que se movía cómodamente en todos los círculos sociales, mientras que Orozco era un introvertido que guardaba resentimiento. En los primeros años, luchó más por el reconocimiento. Sin embargo, en el momento de su muerte, Orozco era considerado el muralista ilustre de su generación, y su archienemigo Rivera lo llamó “el pintor más grande que México ha producido”. Fue acogido por artistas estadounidenses, entre ellos muralistas de los años 30 como Thomas Hart Benton y Aaron Douglas, también expresionistas abstractos como Jackson Pollock y modernistas como Isamu Noguchi, Ben Shahn y Jacob Lawrence. 

La rivalidad de Orozco con Diego Rivera se remonta a la infancia, cuando ambos asistían a la academia de bellas artes más prestigiosa de México. Rivera fue el alumno “consagrado” con una beca que le permitió estudiar pintura en París. Orozco, en cambio, realizaba diferentes trabajos esporádicos durante el día para mantener a su familia y asistía a clases de arte por la noche. Orozco nunca estudió en Europa y solo fue de visita a los 50 años, cuando ya era un artista reconocido. 

P: ¿Qué motivó a Orozco a dedicarse al arte político y por qué eligió los murales? 

R: La vida de Orozco abarcó la Revolución mexicana, la Gran Depresión y la Segunda Guerra Mundial, por lo que su personalidad, filosofía y estética se vieron influidas por estos acontecimientos cataclísmicos. Creía que el papel del arte era dar testimonio de la historia, no ilustrarla ni celebrar a los vencedores. Orozco estaba del lado de los oprimidos, pero no era algo ideológico, surgía de su experiencia de vida y de sus convicciones, de su instinto. Era escéptico respecto a la ideología y claro al criticar el potencial destructivo del sistema, la tiranía, el militarismo y la intolerancia. En esta línea, Orozco se ubica entre figuras como Francisco Goya, Honoré Daumier, Pablo Picasso, Kathe Kollwitz y Max Beckmann. 

La elección del muralismo básicamente se debió al momento histórico. A principios del siglo XX, los artistas mexicanos jóvenes se estaban rebelando contra el arte académico. Al igual que los impresionistas franceses con el Salon des Refusés, organizaron una exposición de pintura independiente de distintas tendencias modernistas. Estos artistas también participaban en los movimientos políticos más grandes para derrocar la dictadura de Porfirio Díaz. Cuando estalló la Revolución mexicana, pusieron su arte en segundo plano durante una década. En los años 20, estos artistas se unieron para crear arte público que educara a las masas analfabetas de México y conmemorara los sacrificios de la revolución. Aunque Orozco no compartía los objetivos propagandísticos del movimiento muralista, utilizó el enorme lienzo de los murales para crear obras muy personales y al mismo tiempo universales en su intensidad y poder. Su declaración sobre el muralismo lo refleja mejor: “La forma más elevada, más lógica, más pura y más fuerte de la pintura es la mural. Es, también, la forma más desinteresada, ya que no puede ser convertida en un objeto de lucro personal ni puede ser escondida para beneficio de unos cuantos privilegiados. Es para el pueblo. Es para TODOS”. 

P: ¿Qué le inspiró a hacer una película sobre Orozco? 

R: En los años 70, cuando éramos estudiantes jóvenes de arte, ambos peregrinamos hacia los grandes murales de México. Nos atraía su visión del arte con un papel social. Los murales de José Clemente Orozco nos atraían una y otra vez, más que los demás. Había algo audaz en sus composiciones, oscuras en sus significados y arriesgadas en estilo. Su obra evocaba al sublime e Greco, habitaba el universo moral de Francisco Goya, resonaba con su contemporáneo al otro lado del Atlántico, el expresionismo alemán. Orozco tendió un puente entre el arte revolucionario con conciencia social de los años 30, el expresionismo abstracto de la Guerra Fría y el formalismo conceptual de los artistas posteriores a los años 60. 

Pero Orozco, el hombre, era un enigma. En un viaje de investigación que hicimos a México, recorrimos las librerías buscando fuentes, y los resultados eran desalentadores: la sección de arte promedio tenía cinco publicaciones sobre David Alfaro Siqueiros, diez sobre Rivera y más sobre la recientemente idolatrada Frida Kahlo (vendían una gran variedad de recuerdos, como estatuillas de arcilla de Frida). En cuanto a libros sobre Orozco, normalmente no encontrábamos ninguno. Sin embargo, al reconstruir su vida a partir de libros fuera de circulación, de conversaciones con personas que lo habían conocido y de sus propios escritos, descubrimos una de las grandes historias desconocidas del arte moderno, llena de drama, adversidades y logros extraordinarios. 

P: Cuéntenos sobre cómo utilizaron gráficos en la película. 

R: No queríamos hacer una película biográfica convencional sobre Orozco, así que el desafío era crear un estilo de documental que evocara la ironía y la irreverencia de Orozco, así como la belleza de su arte. Habíamos escrito unas secuencias visuales que no eran naturalistas. Queríamos recrear el ingenio de Orozco y trabajar con arte popular, fotos antiguas, recuerdos y utilería. Fue muy difícil encontrar al artista de efectos visuales adecuado, porque las muestras de trabajo que veíamos eran impecables. Cuando la productora Sue West nos presentó a Robert Conner, supimos que era la persona indicada. Aportó lirismo y extravagancia a las composiciones, y captó a Orozco de forma intuitiva. Filmamos algunos elementos en pantalla azul y reunimos el resto de fuentes de archivo, tiendas de segunda mano y mercados de pulgas de la Ciudad de México. Robert construyó los cuadros en Photoshop y After Effects. Cada vez que nos enviaba un boceto, lo poníamos en la computadora de la oficina, nos reuníamos todos y nos reíamos de alegría y asombro. Era el mejor momento de la semana. 

P: ¿Cuales son algunos de los temas centrales que Orozco abarcó en su arte?

R: Orozco una vez escribió: “Creo en la crítica como la misión más penetrante del espíritu, y en su poder expresivo en el arte”. Sostuvo una postura decididamente crítica sobre todos los temas que abordaba, en especial sobre la influencia corruptora del poder y la tiranía de los sistemas de creencias, ya fueran religiosos o políticos. Desdeñaba todas las doctrinas o “ismos” del siglo XX por igual, y su antipatía por la ideología solo se igualaba a su compasión por la gente común atrapada en las grandes conflagraciones de su época. Al comienzo de su carrera, Orozco se centró en la caricatura política. Siempre conservó este enfoque en la sátira social, aunque su estilo evolucionó hacia el expresionismo y se convirtió en lo que un contemporáneo llamó “el único poeta trágico de América”. La obra de Orozco se hizo cada vez más universal y alegórica, en especial tras sus años en Estados Unidos. Era un humanista preocupado por el bien y el mal, en una búsqueda espiritual del sentido, si se puede decir eso de un agnóstico.

P: ¿Orozco tenía sentimientos encontrados respecto a la Revolución mexicana? 

R: Orozco era muy reacio a idealizar la Revolución mexicana, o cualquier otra revolución. En este sentido, se diferenciaba de sus colegas Diego Rivera y David Alfaro Siqueiros, que eran visiblemente más políticos. El haber perdido su mano en un accidente le salvó del reclutamiento obligatorio en los ejércitos beligerantes de la revolución. Durante esos años trabajó como caricaturista político, creando imágenes mordaces y satíricas para diferentes periódicos de la oposición. Sin embargo, no estaba dispuesto a exceder los límites e incitar a nadie a matar o a morir por ideas abstractas, que para él parecían ocultar los motivos más infames de la codicia y de la búsqueda del poder. En los años siguientes, produjo una serie, México en Revolución (Mexico in Revolution), que se ubica, junto a Los desastres de la guerra de Goya (Goya’s Disasters), como uno de los testimonios más poderosos de la tragedia de la guerra. 

P: Actualmente, ¿se ejerce el arte del realismo social? Y de ser así, ¿los artistas se lo deben a Orozco? 

R: El realismo social no es propiamente un estilo, sino que hace referencia a una tendencia en el arte a explorar las condiciones sociales, a utilizar el arte como un arma en las luchas contra la injusticia. Suele confundirse con el “realismo socialista” y el arte de inspiración soviética que se dio tras la Revolución rusa. El realismo social tuvo su auge en el arte estadounidense de entreguerras, y de nuevo en los años 60. En ambas épocas hubo un enfoque en la pintura mural debido a su naturaleza pública. El muralismo integra una gama muy amplia de géneros y estilos, algo que puede apreciarse con facilidad en el arte creado en el marco de los programas de la WPA (Administración de proyectos de obras, por sus siglas en inglés) durante la Depresión. El renacimiento del muralismo mexicano nunca fue un movimiento estilístico como el cubismo o el fauvismo. Incluía desde el épico estilo neoclásico de Diego Rivera hasta el dinamismo estructural de David Alfaro Siqueiros y el expresionismo de Orozco. 

Cuando comenzó el movimiento muralista comunitario estadounidense en los años 60, Orozco se vio opacado por Rivera y Siqueiros. Las formas atrevidas y sensuales de Rivera y las icónicas imágenes revolucionarias de Siqueiros reflejaban mejor el espíritu chicano de orgullo y protesta. El estilo de Orozco era enigmático e inimitable, ¡y no estaba casado con Frida Kahlo! Tuvo una influencia más sutil, pero igual de importante, que puede describirse como una influencia moral y gestual a la vez. Orozco representaba al artista como el individuo solitario que ofrecía una respuesta única y poderosa ante su época. Sus obras de arte nunca pasan de moda. 

Cuando el movimiento estadounidense del muralismo popular empezó en los años 60, se le vio a Orozco eclipsado por Rivera y Siqueiros. Las formas atrevidas y sensuales de Rivera y las imágenes revolucionarias icónicas de Siqueros fueron más aptos para el espíritu del orgullo y protesta del movimiento chicano. El estilo de Orozco fue enigmático e inimitable – y él no fue casado con Frida Kahlo! Tenía una influencia más sutil pero de igual importancia que se puede caracterizar de influencia moral y una de gesto. Orozco representó el artista como el individuo solitario que ofrece una respuesta única y ponderosa a su época. Su arte nunca pasa de moda.

P: ¿Por qué Orozco es un maestro americano? 

R: En primer lugar, es importante señalar que la mayoría de quienes viven en los continentes del norte y del sur se llaman a sí mismos “americanos” y no coinciden con la noción de que “América” hace referencia a Estados Unidos. Así que, desde ese punto de vista, claro que Orozco es un maestro americano. 

Más allá de la geopolítica y de la identidad nacional, Orozco pasó diez años en Estados Unidos, donde pintó cuatro murales importantes, cientos de cuadros de caballete y obras gráficas. Desafió los estereotipos del arte mexicano como algo folclórico, exótico y del realismo social y se convirtió en un miembro fundamental de la escena artística neoyorquina. En el transcurso de sus años en Estados Unidos, aunque Orozco experimentó momentos de censura, trascendió las barreras culturales y lingüísticas y se convirtió en un pionero del movimiento artístico público de los años 30 y 40. Su estilo expresionista influyó en las generaciones posteriores de artistas estadounidenses: el joven Jackson Pollock guardaba en su estudio una fotografía del mural Prometeo (Prometheus) de Orozco, y afirmó que era “la mejor pintura de Norteamérica”. Philip Guston, Reuben Kadish y Charles White viajaron a México para verlo pintar. Ben Shahn, Hale Woodruff, Jacob Lawrence e Isamu Noguchi se nutrieron de influencias estilísticas, al igual que la generación de muralistas chicanos y afroestadounidenses que reinventaron el arte público en sus comunidades entre los años 60 y 70. Hoy, su legado inspira a artistas conceptuales modernos de ambos lados de la frontera.

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