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Mi trabajo como artivista comenzó con César Chávez y los trabajadores del campo

En el siglo XXI, transcurridas tantas décadas desde la lucha por la justicia laboral que comenzó con la Unión de Campesinos (UFW) en California, la batalla continúa. 

Me desespero cuando leo sobre la explotación de los niños inmigrantes latinos como trabajadores en el Medio Oeste y en el Sur, la polémica desatada sobre la inmigración y los problemas sanitarios y de drogas en las comunidades chicanas. ¡Queda tanto por hacer! Pero encuentro esperanza en el hecho de que, en su día, otras personas se rebelaron en respuesta a la indignación y a las horrendas condiciones de trabajo de los trabajadores agrícolas. 

Conocí a César Chávez, la enigmática y a veces controvertida figura de la historia chicana, cuando cursaba mi primer año en el Laredo Junior College en 1965. 

Yo era oficinista en una empresa de servicios públicos y asistía a clases nocturnas. Muchos de mis amigos se fueron a luchar a Vietnam; mi hermano murió allí en 1968 y aquellos años turbulentos incluían muchas cuestiones de justicia social. Yo, como la mayor de una familia de 11 hermanos, me sentí impulsada a actuar, pero sentí que era poco lo que podía hacer. No obstante, el boicot de la uva estaba en pleno apogeo, y yo me uní con gusto y promoví esa mínima actividad en solidaridad con la Unión. 

Huelga en el condado de Fresno, cortesía de Paul Richards de estuarypress.com 

Quienes trajeron la noticia de la huelga y del movimiento de los trabajadores del campo en California fueron unos cuantos activistas sindicales de mi comunidad de Laredo, Texas, muy alejada geográficamente de la huelga de la uva de Delano, pero totalmente solidaria con sus esfuerzos. Aunque mi familia había trabajado en el campo recogiendo algodón, no nos habíamos unido a las miles de personas que emigraban “al norte” cada año para recoger cosechas. Sin embargo, tenía muchos amigos y familiares que, como trabajadores migrantes, habían experimentado muchas de las dificultades que Chávez y el sindicato estaban tratando de resolver. 

Manifestantes de la UFW, fotografías de Jon Lewis, Beinecke Rare Book & Manuscript Library © Universidad de Yale. Todos los derechos reservados 

Conocía las huelgas obreras, ya que mi padre, que trabajaba en la fundición local, era un líder obrero y, a menudo, sufríamos como familia la decisión de las huelgas de los trabajadores de la minería y la fundición de Texas. Casualmente, cuando era estudiante, también me dediqué a investigar los movimientos sindicales de mi comunidad y descubrí que algunas mujeres, como Emma Tenayuca y Jovita Idar, habían desempeñado un papel decisivo en los movimientos locales a favor de leyes laborales justas. Conocía bien el poder de las huelgas obreras y me pareció lógico unirme al boicot.

Además de apoyar a los huelguistas de la UFW y de boicotear las uvas, me afilié a La Raza Unida, un partido político que se ofrecía a combatir lo que yo veía como la corrupción y el nepotismo del “Partido Viejo” que dominaba mi comunidad. Sin embargo, con afiliarme no me refiero a participar del activismo radical y comprometido que anhelaba. Después de todo, tenía un trabajo y una familia que dependía económicamente de mí; no podía dejarlo todo y unirme a los activistas políticos. Pero asistí a las concentraciones y las charlas que ofrecían. En mi mente, Chávez y el sindicato estaban en el lado correcto de las cosas, el lado en el que yo quería estar. 

Recuerdo muchas tardes de sábado a principios de los 70 en varias plazas de Laredo, escuchando a oradores como Antonio Orendain, que trabajó junto a Chávez y fundó el Sindicato de Trabajadores Agrícolas de Texas, y José Ángel Gutiérrez. Y posteriormente, como estudiante de posgrado en Kingsville, Texas, marchando con activistas en Corpus Christi, mi determinación se profundizó y puedo decir que su trabajo marcó mi compromiso de trabajar por la raza, el pueblo, de cualquier forma posible. 

Empecé a dar clases como estudiante de posgrado, hace 50 años, en la entonces Texas A&I University, ahora Texas A&M, Kingsville. Muchos de mis alumnos eran hijos e hijas de primera generación de quienes trabajaban en el campo; de hecho, muchos de ellos seguían emigrando al norte para trabajar en el campo. No me costó mucho entonces incluir la literatura que pude encontrar sobre nuestras condiciones. La publicación de “y no se lo tragó la tierra” de Tomás Rivera y “Bendíceme Ultima” (Bless Me Ultima) de Rudy Anaya y las numerosas novelas de Rolando Hinojosa Smith ambientadas en el sur rural de Texas me abrieron un mundo de estudio literario que se me había negado. Estas obras, así como la temprana antología de nuestra literatura realizada por Tomás Ybarra Frausto y Antonia Castañeda, “Literatura Chicana: Texto y Contexto” (Chicano Literature: Text and Context) (1972), se convirtieron en pilares de mis clases en la Universidad de Nebraska cuando estaba haciendo el doctorado. Luego, la obra de Gloria Anzaldúa abrió vías de investigación nuevas sobre ese paisaje y esa cultura que es el sur de Texas. 

Pero empezó con César, con Dolores Huerta y con los numerosos artivistas que les siguieron y apoyaron como el “Teatro Campesino” y el “Teatro Esperanza” de Luis Valdez. En Texas y a nivel local, me acompañaron muchas activistas con ideas afines, como Rebecca Flores y Martha Cotera, que destacaron la labor de las mujeres en nuestra historia y en nuestras luchas por la justicia. 

Mi trabajo como académica y escritora se ha visto ciertamente influido por la labor de la UFW y sus dirigentes. Y sigo enseñando la historia de nuestra lucha, una lucha que puede haber asumido nuevos desafíos, pero que aún no ha terminado. En la actualidad, después de muchas décadas de aquella joven idealista de los años sesenta, sigo encontrando consuelo en la labor que la UFW y tantos trabajadores por la justicia lograron. En mi novela, “Canícula”, hay un fragmento titulado “Políticos” que creo que es resultado directo de mi conciencia política. En “Champú, o el pelo importa” (Champú, or Hair Matters), una novela en la que estoy trabajando y que está ambientada en Laredo a principios de la década de 2000, incluyo a los personajes cuyas vidas estuvieron ligadas al movimiento, ese mismo Movimiento Chicano que me formó como académica y como profesora. Mi labor docente, mis estudios sobre expresiones literarias y culturales y mi trabajo activista actual están vinculados a aquellos años formativos de mis 20 y 30, cuando el Movimiento Chicano formaba parte de mi vida. Sin duda, sin el Movimiento Chicano, yo no sería quien soy. 

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Norma Elia Cantú 

Nacida en Nuevo Laredo, Tamaulipas, y criada en Laredo, Texas, Norma Elia Cantú está íntimamente ligada a la región fronteriza entre Estados Unidos y México. Como académica, se centra en cuestiones de fronteras y límites, ya sea en disciplinas académicas o en las fronteras geopolíticas de México y Estados Unidos, todo ello a través de una lente teórica feminista chicana. Escribe poesía y prosa, lo que ella denomina autobioetnografía creativa, también centrada en las tierras fronterizas y muy arraigada en las tradiciones culturales de la región.  

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